Hoy se presenta el nuevo número del Cuaderno Cultural Prímula, en el cual colaboro con un artículo sobre el Sol: “El Sol y sus Tormentas”. Prímula es una revista gratuita del Hospital de Cabueñes de Gijón (Asturias). Se publica dos veces al año y está formada por artículos donados por sus autores. Se puede descargar en su web y se imprime para ser distribuida gratuitamente en el Hospital para aquellos que están internos o de visita.
Prímula es un cuaderno cultural en sentido amplio, gestado, confeccionado y distribuido por un conjunto de personas que desarrollan su actividad profesional en el Hospital de Cabueñes (Gijón) y en el que colaboran los usuarios o pacientes ingresados y ambulatorios) y sus familiares.
Ha sido un placer escribirlo y un honor pensar en que quizás pueda hacer más ameno parte del tiempo que algunos lectores han de pasar en el Hospital. Gracias Prímula!
Aquí enlazo una copia de la revista, y adjunto el texto del artículo, sin maquetar. He de dar las gracias a todos aquellos que me dísteis vuestra opinión cuando publiqué el borrado en un Google Doc y, por supuesto, a Aurora, gestora de Prímula.
[caption id=”attachment_2431” align=”aligncenter” width=”500”] Dibujo original de Carrington del 1 de septiembre de 1859. Los brillos aparecieron en A y B. Se movieron en cinco minutos hasta C y D, donde desaparecieron. [Imagen: Dominio público].[/caption]
Uno de septiembre de 1859 en mitad del campo, a las afueras de Londres. Un día soleado y tranquilo. Carrington, un joven de 33 años de familia adinerada y apasionado por la astronomía, usa su telescopio para observar el Sol. Le ha puesto unos filtros para disminuir el peligroso brillo y poder ver su superficie.

Probablemente, la llamarada de Carrington es la mayor jamás registrada, aunque sea en lápiz y papel. Se estima que tal magnitud de llamarada solo pasa una vez cada quinientos años. En el año 2003, no obstante, hubo otra que, aunque menor, sí entra en la clase de eventos improbablemente grandes. La gran diferencia es que entonces teníamos una plétora de instrumentos, satélites y comunicaciones para guardar cada vez más detalles con los que alimentar y comprobar hipótesis.
SOHO es el nombre de uno de los satélites que más datos ha conseguido del Sol. Fue lanzado por la NASA en 1995 y colocado frente a la Tierra en dirección al Sol. Sin protección posible frente a las inclemencias espaciales, ha mantenido su diligente canal de datos, enviando valiosa información. A veces le arrecia de lleno una de estas nubes magnéticas, lo que le deja ciego durante unas horas antes de volver a la normalidad. Ese fue el caso de las llamaradas de octubre del 2003.
La superficie del Sol gira. Desde la Tierra podemos ver sus manchas aparecer por el este y desaparecer por el oeste. A principios de octubre del 2003, las sensibles cámaras del SOHO detectaban inmensas olas, tsunamis solares, que llegaban desde detrás del borde visible del Sol. Algo estaba a punto de aparecer. Algo que ya estaba produciendo explosiones tan grandes que creaban esos tsunamis solares que se propagaban hacia la cara visible a velocidades absurdas. El 18 de octubre ya se vio en el borde una mancha pequeña que rápidamente creció a más de siete veces el tamaño de la Tierra. Bastante más grande de lo común. Al igual que Carrington, SOHO vio en directo la explosión de una llamarada el 19 de octubre. La diferencia es que esta vez todos los datos quedaban registrados en detalle. La explosión de brillo fue tan grande que inmediatamente bloqueó comunicaciones por radio en la Tierra durante una hora. Lo que preocupaba a algunos científicos es que esa mancha había crecido después de ver los tsunamis solares, por lo que quizás otra mancha, aún más grande, estaba por aparecer.
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El resto de octubre y parte de noviembre siguió sufriendo las batidas de estas manchas, mientras en la Tierra miríada de problemas continuaban. Los GPS daban datos erróneos, las televisiones por satélite funcionaban intermitentemente. Mientras, cada vez más gente consultaba las imágenes de SOHO y otros satélites para ver cómo seguían aguantando y cuándo pasaría la tormenta.
Lentamente, ambas manchas seguían su explosiva marcha por la superficie del Sol, hacia el borde oeste. En un último acto de protagonismo, la segunda mancha, ya en el borde visible desde Tierra, emitió una llamarada tan grande que cegó las cámaras, haciendo imposible medir su intensidad exacta. Lo que sí es seguro es que era más del doble de potente que la que impactó la Tierra un par de semanas antes. Mientras los científicos seguían la tra- yectoria de la nube expulsada lejos de nosotros, era intimidante pensar en las desastrosas consecuencias de que esta hubiera tenido de pasar tan solo unos días antes. Quizás una llamarada parecida es la que Carrington observó. Improbablemente intensa, pero no imposible.
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Las auroras son fascinantes eventos de inmensa belleza. Las manchas solares, visibles muy raramente a simple vista al atardecer, son también hechos naturales que han sido enigmáticos durante miles de años. Hoy en día, la ciencia, física solar y el estudio del tiempo espacial, nos da muchas respuestas a estos y otros eventos. Cuando ahora vemos una aurora, vemos la misma belleza, pero entendemos su naturaleza, lo que nos lleva a una perspectiva muchísimo más rica. Ver lo que ocurre nos da la misma fascinación visual que nos ha acompañado en la historia, pero permite, además, entender lo que ocurre, lo que nos aporta una satisfacción mental indescriptible. La ciencia nos abre un nuevo tipo de ojos, nos da un sentido solo accesible al privilegio de la ciencia moderna. Es más, podemos acceder a esa admiración por el universo sin necesariamente ver una aurora o una mancha solar. Yo he visto manchas en directo con telescopios, pero nunca he visto una aurora. Nuestra mente es capaz de acceder a ese sentimiento de maravilla solo leyendo y pensando sobre ello, como espero haber conseguido con este artículo.